viernes, 10 de abril de 2015

KILÓMETRO 56, LA SUCURSAL DEL INFIERNO


Imposible no imaginar el dolor que se apoderó del lugar el Lunes de Pascua a las 14:50 de la tarde, cuando del cielo empezaron a caer balas y una tormenta de gasolina se desató sobre el convoy

Por Luis Alberto Alcaraz/Moisés Madariaga

48 horas después de la masacre, en el kilómetro 56 de la carretera estatal 544 todavía se respira un profundo olor a muerte. En el tramo carretero de unos 150 metros de largo bordeado por dos taludes de montaña se aprecian los enormes manchones negros sobre el asfalto mientras en el pavimento es posible apreciar las macabras flores negras provocadas por los impactos de bala del pavoroso arsenal de los grupos criminales.

El sol en todo lo alto. Tenemos una sensación térmica de más de treinta grados, el calor es verdaderamente abrazador. La adrenalina alerta nuestros sentidos. Una mezcla de sentimientos nos invade, queremos irnos lo más pronto posible de ese lugar, pero también el deber como periodistas nos obliga a quedarnos, a buscar respuestas en las preguntas que la autoridad no ha querido o no ha podido responder:

¿qué pasó aquella tarde de lunes en el infierno de la carretera estatal donde murieron 15 Policías del Mando Único?

Porque la del lunes de Pascua fue una auténtica ratonera en la cual quedaron atrapadas 10 unidades del convoy de la Policía Jalisco que se trasladaba confiadamente a Guadalajara luego de haber prestado sus servicios en la zona de Puerto Vallarta durante la Semana Santa.

Con precisión quirúrgica, en unos cuantos segundos decenas de civiles fuertemente armados convirtieron en un auténtico infierno ese barranco provocado en la montaña por el trazo de la carretera Las Palmas-Mascota, ubicado a 15 kilómetro de Las Palmas, a 40 kilómetros de Puerto Vallarta.

Dos días después, en Miércoles de Pascua, estamos ahí para tratar de comprender mejor qué fue lo que pasó. Con precaución descendemos del vehículo en el que llegamos. El temor en todo momento nos invadió, incluso sabíamos que estábamos expuestos al peligro, aún así sacamos nuestras cámaras fotográficas y comenzamos a captar algunas escenas. Nos acompaña Pablo Dellano, corresponsal en México del diario El País, quien un día antes llegó a Puerto Vallarta con las mismas preguntas en su cabeza.

El trino de un par de pájaros es lo único que se escucha en aquella carretera; en el fondo de la hondonada, la cinta asfáltica de la carretera lucedestruida. Ciento cincuenta metros donde se respiraba la muerte, el olor a quemado, no es difícil imaginar cómo fueron sido emboscadas las diez patrullas que conformaban el convoy que regresaba a Guadalajara.

Peor aún, el lugar de la emboscada muestra además una curva que impide ver lo que hay a la salida de la misma, pese a no tener una extensión mayor a los 150 metros. Por eso es fácil entender la sorpresa que se llevaron los elementos del Mando Único Jalisco cuando lo que parecía un desplazamiento de rutina inesperadamente se vio envuelto en un campo de batalla con un saldo de 15 policías muertos y cinco heridos, sin duda alguna la mayor masacre de policías registrada en el Estado de Jalisco en toda su historia.

Basta con ver la carretera y los paredones quemados para recrear lo sucedido. Decenas de casquillos percutidos aún se encuentran en la escena, como prueba de que la autoridad no hizo debidamente su trabajo porque decenas de evidencias se aprecian en el lugar de la masacre sin ser custodiados o recogidos.

A priori, analizamos el sitio, subimos por una de las laderas. Nada difícil llegar a la cima donde también las llamas del fuego quemaron el lugar, por la hojarasca seca que se quemó.

Con una sensación que oprime el pecho, recorremos palmo a palmo el sitio de la tragedia, descubriendo decenas de cartuchos percutidos, tanto en los costados de la carretera como en la parte alta de los cerros, desde donde los criminales abrieron fuego contra los despreocupados miembros de la policía estatal.

Así confirmamos nuestras sospechas. Al llegar al sitio donde fueron emboscados los policías, desde lo alto les lanzaron bidones y garrafones, que comúnmente son usados para el abastecimiento de agua, cargados con gasolina. Eso quizá distrajo a los choferes de las patrullas y en medio de la confusión comenzaron a dispararles desde lo alto, e incluso desde el sitio donde fueron bloqueados.

Ahí, en lo alto del cerro del lado sur, a unos 10 metros sobre la carretera, es posible apreciar el improvisado puesto de observación desde donde los criminales hicieron guardia en las horas anteriores a la emboscada.

Enseguida, a unos 20 metros de distancia, hacia el interior de la montaña, se encuentra el primer campamento utilizado por los criminales, quienes estuvieron acampados por varias horas en espera de consumar el ataque. Ahí localizamos decenas de cartuchos de diferentes calibres percutidos y balas intactas con la punta color verde calibre 5.56. Pero más allá de eso, lo más importante, varios bidones vacíos que olían a gasolina, lo cual quiere decir que se los lanzaron a los policías desde ese sitio.

Esparcidos sobre la hierba se aprecian diversas prendas, alguna gorra, una mochila vieja y condones, muchos preservativos de diversas marcas intactos, además de infinidad de botellas de agua purificada vacías y esparcidas por doquier, pero parece que la autoridad tampoco encontró el campamento donde permanecieron ocultos los que atacaron a los uniformados del Mando Único

Unos metros más adelante, en una explanada del cerro rodeada por grandes árboles, aparece el campamento principal. Ropa vieja por todas partes, botellas de refresco y agua vacías, restos de comida, una lata de Coca Cola sin abrir y dos enormes fundas de tela color verde olivo similares a las que utiliza el Ejército para cubrir sus vehículos.

Saltan a la vista dos cubetas de pintura vinílica color verde olivo casi llenas, al parecer utilizadas para camuflar artículos militares, como el bidón que se encuentra reventado a un costado de la carretera metros abajo, que por alguna razón fue pintado con esa pintura verde olivo.

Apenas unos cuantos vehículos transitan por el lugar, al entrar a la curva los conductores reducen la velocidad al descubrir los enormes manchones negros donde dos días antes ardieron varias unidades de la Policía Jalisco con más de una docena de elementos en su interior.

Imposible evitar un escalofrío al aspirar el olor a gasolina y muerte que se empeña en mantenerse sobre el lugar, porque incluso el pasto quemado que caracteriza la zona en el perímetro parece humear todavía.

Imposible no imaginar el dolor que se apoderó del lugar el Lunes de Pascua a las 14:50 de la tarde, cuando del cielo empezaron a caer balas y una tormenta de gasolina se desató sobre el convoy. Después cayeron enormes bolas de fuego, trozos de cobijas rojas encendidas, que fueron la chispa que desató el infierno. Parece claro que una cobija empapada con combustible fue arrojada sobre ellos para contribuir incendiar el camino.

Explosivos plásticos también son localizados en la escena. Pero parece que esas evidencias no son útiles para la autoridad ministerial.

Ahí están como testigos mudos los taludes ennegrecidos por el fuego que trepó la montaña, los alambres quemados como único vestigio de las llantas carbonizadas, el pavimento horadado por el furioso impacto de las balas de grueso calibre que bajaron de la montaña, los vidrios rotos, los bidones estrellados, los casquillos percutidos ennegrecidos.

Y un silencio apenas roto por los vehículos que ocasionalmente transitan por el lugar, donde seguramente pronto habrá 15 cruces que a diario nos recordarán lo indefenso que puede ser el ser humano ante el embate de las fuerzas del mal, aún aquellos que viajan en vehículos blindados, portan armas de grueso calibre y representan a la autoridad.









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